Me llamo Stefano y soy peluquero. En la vida de todos los días nos dejamos atrapar por la rutina, por la velocidad de nuestra sociedad, en la que si paras ya eres excluido, eres ya el ultimo. Llega un momento en que todo esto te empieza a aplastar y necesitas tomarte tiempo e ir a buscar aquella parte de ti que se ha perdido.
Este verano decidí tomar un tiempo para encontrarme conmigo mismo a través de una experiencia de misión en San Juan de Lurigancho (Perú).
Han sido días de verdad intensos, que han transcurrido entre corte y corte de cabello y miles de sonrisas de niños desdentados, donde mi paga ha sido la sonrisa de los niños, o la de un anciano postrado y enfermo. Aquella alegría en los ojos de las personas me ha llenado de un amor que es imposible describir con palabras.
Un día fui al hospital del Niño en Lima y pasé toda la mañana cortando el cabello y jugando con ellos. Al despedirme un niño me pregunto si al día siguiente volvería a jugar con él. Le dije que no, porque debía ir a otro lado a cortar el pelo. Pensé que el niño se entristecería, pero para mi sorpresa me dijo: “bien, soy feliz de que vayas a otro lugar, así podrás hacer felices a otros niños”. Esta respuesta me estremeció en lo profundo de mí mismo.
He redescubierto el verdadero significado de vivir, del valor de un abrazo y de una sonrisa verdadera. He comprendido la importancia de aprender a pararnos, de tener tiempo para disfrutar de las personas que tenemos al lado, porque lo que perdemos con las prisas no nos lo devolverá nadie.
Stefano Palazzone