Nuestra espiritualidad
Nuestras fuentes de espiritualidad son:
La espiritualidad de la misión
La espiritualidad misionera expresada en los documentos del Magisterio de la Iglesia, desde el Concilio Vaticano II hasta nuestros días, constituye para nosotros la base de nuestro carisma de Evangelización: especialmente las Cartas Apostólicas Evangelii Nuntiandi del Papa Pablo VI y Evangelii Gaudium del Papa Francisco.
Dios Padre providente
El Amor providente de Dios, que se ha hecho presente en los acontecimientos de nuestra historia, nos impulsa a vivir en un clima de total confianza, buscando continuamente su Reino, su Voluntad y abriéndonos caminos nuevos en la misión. Nos acercamos a las realidades de sufrimiento de nuestros hermanos, con la confianza de que Dios es Padre. Él cuida con delicadeza de cada persona y está comprometido en que cada uno descubra el valor sagrado de su historia y de su vocación en este mundo.
La Eucaristía
El amor eucarístico de Jesús es, para nosotros, escuela de vida y de misión. En el sacramento de la Eucaristía, Jesucristo se ofrece libre y voluntariamente para que, también nosotros, al recibirlo y unirnos a su entrega, hagamos de nuestra vida una ofrenda de amor para todos nuestros hermanos. La oración ante Jesús Eucaristía nos remite a su corazón abierto a todos, que ama en silencio a cada hombre.
La comunión de los santos
La comunión con los santos es para nosotros una fuente de alegría inmensa. Nos sentimos atraídos y llamados a vivir la misma locura de amor por Cristo que vivieron ellos. Su presencia nos alienta en nuestra peregrinación por esta tierra a vivir el desafío de encarnar el Evangelio en las circunstancias de hoy. Su compañía e intercesión nos fortalecen en las dificultades de cada día y nos enseñan a vivir el ahora en el horizonte de la eternidad. Desde la meta nos dicen que merece la pena llegar hasta el final.
Cristo crucificado de hoy
Nuestra vida misionera se apoya en la certeza de que Cristo ha asumido en su propio Cuerpo a toda la humanidad. En el Rostro de Cristo encontramos reflejado el rostro de cada hermano. Nos sentimos llamados a ser compañeros de este Cristo crucificado de hoy que nos abre su Corazón en sus miembros más dolientes y necesitados. Es Él quien nos lleva entrañablemente en su Cuerpo y recibe y agradece cada uno de nuestros gestos de amor, haciéndolos fecundos más allá de lo que nosotros podemos percibir.
El amor encarnado
A la luz del Misterio de la Encarnación, todo lo verdaderamente humano ha quedado elevado a una dignidad nueva. Creemos, por tanto, que nuestra humanidad puede ser sacramento del amor de Dios. En cada lugar del mundo queremos como Jesús hacer nuestros los gozos y las esperanzas, los sufrimientos y las búsquedas de todo hombre. Así nuestros gestos y palabras, nuestra cercanía y escucha, pueden ser presencia de Dios en medio de ellos y anuncio que nuestros hermanos pueden comprender. Cuando en nuestras relaciones el centro es Cristo, su amor encarnado entre nosotros pasa a ser el lugar sagrado donde Dios se quiere seguir revelando.
María, nuestra madre y madre de la Iglesia
María, Madre de todos los pueblos y Madre de la Iglesia, nos acompaña por caminos de sencillez y de fe en nuestro intento de construir vínculos de comunión con todos los hermanos. De la Madre aprendemos a reconocer al Espíritu y a escuchar también la voz de Dios en su Palabra y en la realidad en que vivimos. María es la mujer que congregó a la primera Iglesia y suplió con su fe la débil fe de los apóstoles en espera del Espíritu.