Llamaré a mi experiencia en Perú «un viaje de ida». El 9 de agosto de 2024, allí estaba, aeropuerto de Madrid Barajas, frente a mi puerta de embarque aun con la incertidumbre de que tenía preparado la Misión a Perú para mí. https://www.servidoresdelevangelio.com/nos-vamos-de-mision-al-peru/
Desde el momento del aterrizaje y los primeros encuentros con el grupo, el sentimiento de comunidad y de esperanza ya me había invadido y eso que ni tan si quiera había podido conocer el Perú y a su gente.
Mi misión en Perú para muchos consistió en tres simples semanas de ayuda en las ollas. “Las ollas”, unas pequeñas cocinas organizadas en los cerros de San Juan de Lurigancho a raíz de los problemas de alimentación que sufrieron esos barrios tras la pandemia de la Covid-19.
Para muchos quizás un trabajo aburrido, una ayuda simple que consistía en pelar, lavar, fregar, en definitiva un trabajo que quizás pocos querrían hacer. Sin embargo, y aunque parezca que es solo cocinar, estos sitios esconden algo más, esconden la esencia de los cerros y el espíritu de lucha de muchas personas que sin ser limeños un día llegaron a la ciudad de Lima buscando una oportunidad de trabajo y de vida. Es precisamente ese espíritu de lucha lo que convierte estos sitios en lugares tan particulares, cada uno en un recinto distinto, con organización distinta pero con una misma esencia, la de aportar al barrio y construir una comunidad basada en la solidaridad y el apoyo del vecino.
Solidaridad
Poco a poco, ese trabajo peculiar y que a mi edad pocas veces había hecho con tanta afluencia se convirtió en rutina y poco después esa rutina en un sentimiento de pertenencia. Día a día me daba cuenta de que no era el mejor ayudante de cocina del mundo pero que lo que aportaba allí y ellos me aportaban a mi, era mucho más que eso, que las ollas no eran simples cocinas comunes o comedores, que eran mucho más que eso, que eran una fuente de solidaridad, de alegría, de comunidad y de pertenencia.
Pertenencia
Todo ese sentimiento de pertenencia arraiga del encuentro con personas maravillosas. Los mismos que el primer día eran tímidos al hablarte, el día siguiente te veían uno más de ellos. La pequeña niña que volvía del colegio y te veía como un extraño, al día siguiente estaba ansiosa de encontrarte en su cocina. Eso es lo que yo llamo un viaje únicamente de ida, una experiencia, un lugar que te llena y te hace valorar lo valiosas que son todas y cada una de las personas.
De Perú no sólo me llevo una experiencia de voluntariado, de misión, quizás esas palabras tan siquiera describan lo significativo y esperanzador que este viaje ha sido para mí. El llegar a vivir que tienes algo que aportar por muy pequeño que sea, que eres bienvenido como uno más, en definitiva el sentimiento de formar parte de algo.
De cada una de las personas de Perú me llevaría sus sonrisas, su amabilidad y su generosidad. Generosidad tal que de esos 21 días estoy seguro que he aprendido y me han ayudado ellos más a mi que lo poco que les haya dado yo.
Es por todo ello, que mi viaje a las ollas siempre será solo de ida porque lo vivido allí me marcará siempre.
Antonio
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