Hoy se cumplen dos meses desde que estalló la guerra aquí. Estamos preparando la Navidad en medio de la guerra. ¡Cuántas personas han perdido la vida, la casa y la salud desde entonces! En todas las partes han sufrido daños irreparables. Se ha sembrado el rechazo y el miedo y se han roto relaciones, se ha destruido la confianza. Y seguimos sin ver el final.
Nuestras vidas parecen una película. Estoy decorando el belén y colocando el árbol de Navidad, todo el tiempo la artillería israelí bombardea objetivos en el país vecino, no muy lejos de aquí. Las detonaciones hacen temblar las ventanas. Pero quizá sea también el realismo de la Nochebuena, donde en una cueva, desapercibido para quienes luchan por sus derechos, su dominio o su influencia en su mundo violento, Dios mismo se hace hombre. Ambos coexisten y ambos son realidad. Nosotros tenemos que decidir en cuál de estas realidades confiamos.
La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no se apoderaron de ella (Juan 1:5). Todavía hoy experimentamos estas tinieblas. Nos siguen amenazando una y otra vez. Nos amenaza el miedo. El otro día hablé con una madre de familia. No puede dormir por la noche porque tiene miedo de que salte la alarma. Otra mujer es incapaz de salir del ala de seguridad de su casa porque le tiembla todo el cuerpo. Muchos otros, sin embargo, viven este momento con bastante tranquilidad y confianza. Pero existe ese «Herodes» que intenta matar la fe, el amor y la confianza en nosotros. Son los pensamientos que ceden a la resignación o que se aferran a las noticias los que quieren imposibilitarnos el camino hacia el pesebre.
Dentro de todo esto, estamos preparando la Navidad en medio de la guerra, la más verdadera y más profundamente que otros años. Nunca hemos esperado tanto al Dios Fuerte y Príncipe de la Paz. Nuestra petición está profundamente arraigada en nuestra realidad. Necesitamos a uno que cure las heridas, que guíe nuestros corazones hacia la paz, que nos permita afrontar las consecuencias de la guerra con el primer paso de aquellos que reciben la venida incomprensible de nuestro Dios con asombro y admiración, y que permiten a nuestro gran Dios intercambiar su cielo pacífico con la guerra de nuestra tierra. Y todo esto por mí, por ti y por todos. Para Hezbollah y Hamas, para judíos y cristianos – aquí está el «Dios con nosotros». Allí donde intentamos crear un poco de paz en nuestras relaciones, Él está presente y hace brotar un vástago de la tierra seca de nuestros corazones.
En medio de esta situación, vivimos como en el ojo de un huracán. Hay guerra a nuestro alrededor, pero en nuestra aldea continuamos nuestra vida. Con cautela y prudencia, pero con todas las cosas de la vida normal. Los vecinos se visitan. Los grupos se reúnen en el búnker. Viajamos a otros pueblos para reunirnos con los jóvenes de allí. Se come, se compra, se trabaja …
En todo esto, la iglesia también sigue su camino. Preparamos el programa de Navidad. Esta vez no habrá ni mercadillo de Navidad, ni celebraciones al aire libre. Nos queda lo esencial: La oración, los cantos que nos llevan a contemplar el Belén, la presencia de un Niño nacido para traernos la paz – primero a nuestros corazones y luego a nuestras relaciones, al pueblo y a los pueblos.
Así que no permitamos que el abrumador poder del mal oscurezca nuestra visión de este pequeño recién nacido. Porque: Él es nuestra paz (Ef 2,14) y sobre su hombro descansa el dominio (Is 9,5). Su reino crecerá desde abajo, desde el pesebre, y se establecerá firmemente.
Pidamos la paz para Jerusalén, dice el Salmo 122 – pero, sobre todo: atrevámonos a confiar en esta paz, pequeña y humilde – más que en las ruidosas explosiones de bombas y misiles.
Os deseo a todos una Navidad en paz desde Tierra Santa, donde el Dios Santo se ha unido de una vez por todas a nuestra impiedad para sembrar las semillas de Su paz.
Monika desde Tierra Santa