Semillas del Verbo 32 Estaba tomando un autobús de Alcalá a Madrid y al pagar el billete el conductor malhumorado me dijo: “o abona el precio justo o se tiene que bajar” Menos mal que tenía monedas. Al cabo de un ratito subieron tres jóvenes, y lo mismo. Empezaron a rebuscar sus bolsillos pero no tenían… El conductor, enfadado, les dijo que se tenían que bajar. Al ver la cara de susto de los tres, todos los que íbamos en el bus empezamos a buscar monedas y a dárselas. Ellos, súper agradecidos y el conductor, súper extrañado. Sin embargo, algo cambió en su corazón porque cuando finalizamos el trayecto nos dio las gracias sonriendo a cada uno de los que bajábamos.
Según los expertos, sonreír es lo más fácil. Para enfadarse se necesitan 62 músculos y solamente 12 para sonreír. Genera endorfinas (hormona de la felicidad), cortisol (hormona anti fatiga), alegra nuestra vida y a los de nuestro alrededor. Pienso que la sonrisa es el exterior de un corazón bondadoso.
Richard Davidson, especialista en neurociencia afectiva, dice que “la base de un cerebro sano es la bondad”. Este neoyorkino, profesor universitario de Psicología y Psiquiatría, cuenta que su vida cambió cuando en 1992 conoció al Dalai Lama. “Admiro tu trabajo -le dijo éste- pero ¿no está demasiado centrado en el estrés, ansiedad y depresión? ¿No sería mejor centrarlo en la bondad, la ternura y la compasión?” Desde entonces su investigación se focaliza en los métodos para promover, desde la ciencia, el bienestar humano. Davidson está considerado como una de las cien personas más influyentes del mundo según la revista Time. En una entrevista como miembro del Foro Económico Mundial de Davos, decía: “La política debe basarse en lo que nos une. Sólo así podremos reducir el sufrimiento en el mundo. Creo en la bondad, en la ternura y en la amabilidad, pero debemos entrenarnos en ello”.
Esto me hizo recordar una experiencia que viví en la cola del supermercado. Yo llevaba el carrito muy lleno y un señor detrás llevaba muy poco. “¿Quiere pasar?”, le dije y él se sorprendió mucho. Al ver su expresión le dije que hacía con él lo que me gustaría que hicieran conmigo. Antes de pagar me dijo sonriente: “¿Sabe? a partir de ahora voy a hacer yo lo mismo.”
Estoy totalmente convencida de que la bondad no es difícil cuando somos capaces de pensar en el otro. La sorpresa sería ver que, además de no ser difícil, ¡lo más fácil es que se contagie! ¿O no?
Rosario Garrido SEMD. Comunidad de Madrid
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