«Señor, tú caminas sobre las aguas, yo no. Por favor, protege tu casa«. Así decía una mujer que se ocupa de la iglesia de Flaerzheim en Bonn, una de las regiones afectadas por las fuertes lluvias de Julio. Esta mujer nos expresaba que el agua había llegado ya a la iglesia, pero no había aún alcanzado la zona del altar. Después de trabajar toda la noche para evitar que el agua avanzara, dirigía esta oración a Dios: «Por favor, protege tu casa, Señor.“ En aquel momento el agua paró de subir y se quedó a un centímetro de la escalera del altar.
Esta es una de las muchas historias que hemos escuchado de boca de la gente las cuatro hermanas de la comunidad de Colonia que hemos ido a ayudar a esa zona unas semanas después de la catástrofe. Más de doscientas personas han perdido la vida y algunos lugares han quedado abandonados porque ya no se puede vivir ahí. Calles, puentes, el ferrocarril ,… fueron destruidos por la fuerza del agua. En algunas partes, ésta cubrió las casas hasta cuatro metros de altura. Muchos pasaron la noche en los tejados. Ha sido una experiencia traumática.
¿Qué podíamos hacer en esta situación? No tenemos mucho para dar, solamente nuestro tiempo y lo quisimos poner a disposición; nuestros brazos y nuestras piernas, que durante cinco horas sin cesar sacaron los destrozos que había dentro de las casas y nuestros oídos para escuchar. La gente hablaba. Nos contaba la necesidad de otros y su propia necesidad. Normalmente en este orden. «Lo que le pasó al vecino me pertenece». La necesidad era compartida, el dolor también.
Escuchábamos decir: «A mi no me ha ido tan mal, el agua me llegó solo hasta la planta baja». Hablaban mucho de la gente mayor que vive sola. No han podido salvar nada, solo a si mismos. Nos explicaban que sus coches ya no servirán porque quedaron anegados.
La gente vive un profundo duelo. Están derrumbados por lo que pasó. Pero también están impresionados con la solidaridad de la gente. Durante más de un mes no han cesado de llegar aproximadamente cincuenta voluntarios cada día al lugar donde estábamos. Llegaban de toda Alemania. Encontramos personas que han viajado 300 km para llegar ahí. Algunas motivadas por su fe, otros son artesanos que colocan sus herramientas al servicio. Los clubs de fútbol organizan juegos para los niños y las empresas de la región están donando todo lo que hace falta. Un empleado de la «Jugendagentur» de Colonia me decía: «La solidaridad en Alemania sigue siendo real. No hay forma de matarla. Esto me llega al corazón». Él mismo ha juntado cantidad de donaciones para las víctimas de las inundaciones.
En la iglesia de Flaerzheim, aún por recuperar del todo, se celebró la misa. La gente decía:“ Es el mejor lugar para celebrar la misa“. La del pueblo de al lado quedó intacta, pero en la que estábamos esa misa tomaba un sentido muy grande.
No lejos de acá se halla la presa del valle de Steinbach. Cuando empezaron a preocuparse de que podía romperse en cualquier momento, buscaron a alguien valiente con una excavadora. Tenía que excavar para limpiar el agujero del desagüe de la presa. Cerca de la presa hay dieciséis pueblos pequeños. Se ofreció un hombre de 59 años para hacerlo. Al final le preguntaron por qué puso así su vida en riesgo. El hombre contó que tenia consigo un rosario y que en aquel momento se sintió bendecido y que algo le decía que lo iba a conseguir. Una fe que da fuerza para sostener a otros. Esto conmovió a mucha gente.
A nosotras nos agradecieron mucho nuestra ayuda. Estoy segura de que más que agradecidos, se sienten sobre todo fortalecidos, porque se dan cuenta de que en medio de su necesidad no han sido abandonados.
¿Y yo? ¿Cómo vuelvo a casa? Con nombres y rostros concretos en el corazón. Y con la experiencia de que cuando ayudas a otros, recibes mucho más de lo que das. Me impactó mucho la solidaridad de tantos y las historias que nos contaban. Hay algo que me queda marcado como un sello: Puedo seguir creyendo en la bondad del hombre, que vale la pena ayudar a los demás y que Dios actúa a través de nosotros.
Fátima Pereira