Retiro
Las misioneras de Valenciennes (Francia) habían propuesto un tiempo de retiro en silencio durante las vacaciones. Participamos un pequeño grupo, unas doce personas. La comunidad de monjes cistercienses del Mont des Cats nos acogió durante cinco días a mediados de agosto. Situada en el norte de Francia, a unos cuarenta kilómetros de Lille y de la frontera con Belgica, la abadía se alza en medio de la tranquilidad del campo. Es como el silencio habitado.
Cinco días de silencio… No siempre ha sido fácil entrar en este silencio. Pero poco a poco se ha ido instalando en nosotros: primero acostumbrarse al silencio a nuestro alrededor, y luego entrar en el silencio en nosotros mismos. Las oraciones de los monjes a lo largo del día nos han acompañado. Laudes, sextas, completas, sin olvidar la Eucaristía, nos invitaban a escuchar a Dios y a responder a su Palabra. El paso de las horas era tranquilizador, puntuado por las dos pautas dadas por las misioneras, la oración monástica y la oración compartida entre nosotros, la meditación personal, los paseos solitarios por los jardines, las comidas… Poco a poco, el silencio fue habitado por los gestos y las sonrisas que intercambiábamos entre nosotros y por una Presencia interior cada vez mayor.
Les pistes
Las tres misioneras, Céline, Catherine y Anne, se turnaron para darnos pautas. Nos han llevado a contemplar a Jesús que, en los Evangelios, no cesa de salir al encuentro de la gente. Y nos han hecho tomar conciencia de un profundo giro: no somos tanto nosotros quienes buscamos a Dios por nuestros propios medios, sino todo lo contrario, es Dios mismo quien primero pone sus ojos en nosotros, como lo hizo en Zaqueo, por ejemplo, o en la mujer adúltera. Zaqueo busca ver a Jesús, pero es Jesús quien provoca el encuentro llamándole. La mujer adúltera no dice ni una palabra, ni es capaz ya de pedir ayuda, y es Jesús quien se dirige a ella, incluso agachándose para estar a su altura.
En la evaluación que hicimos al final del retiro, todos coincidíamos que estos momentos de silencio, tan poco frecuentes en nuestra vida cotidiana, nos ayudaron a ponernos bajo la mirada de Dios, su mirada de amor: «Jesús lo miró y le amó» Mc 10,22.
Brigitte, servidora de Belgica