Hola a todas y todos, soy Rosa, tengo 24 años y vivo en Murcia. Nací en una familia católica. Pero, antes o después, la religión, deja de ser cosa de los padres para ser tu realidad, tus decisiones y tus creencias.
Al entrar a la Universidad vi que muy poca gente de mi alrededor creía y, si lo hacían, estaban enfadados con la Iglesia y no practicaban. Fue complicado mantenerme en mis creencias, especialmente a la hora de externalizarlo y respetar mis decisiones.
Por otro lado, de parte de la Iglesia tampoco sentía apoyo, ni acogida. Solo se enfocaba en el pecado y en mis errores. Afortunadamente, Dios siempre nos guía, y es maravilloso que, respetando siempre nuestra libertad, nos pone en el camino a las personas adecuadas. Conocí a un sacerdote que, a través de sus homilías, su trato a las personas y sus actos de caridad me hizo volver a sentir el amor de la Iglesia. Realicé algunos voluntariados en Cáritas y en su Parroquia que me ayudaron a sentirme más cerca de Dios.
Meses después, conocí a dos misioneras de Servidores del Evangelio de la Misericordia de Dios en una Misa de domingo. Nos explicaron su labor evangelizadora entre los jóvenes y me acerqué a hablar con ellas. Noté que me miraban de forma distinta, hacia dentro, preocupándose por mí aun sin conocerme.
Encuentros
A partir de ahí asistí a más encuentros Cenas Alpha, fines de semana de trabajo en Espinosa y un compartir que llamábamos Citas con Jesús. Conocí a personas que me han acogido en su casa, me han enseñado: a bailar porque sí, por alegría, a ver a Dios en la naturaleza, a llamar a Dios Papá y a María, Mamá. Me mostraron lo que es dar sin esperar recibir, la amistad, la grandeza de la Misericordia, y en definitiva, un amor donde sentir a Dios. Fue a partir de este momento donde sentí una relación más íntima con Él. Ser adoración, escucha, y, sobre todo, dar amor y sentirse amada.
Llegó el viaje: la JMJ 2023 en Lisboa. Fui sin esperar nada, y… ¡vaya si Dios me sorprendió! Sentí la JMJ como una vida totalmente aparte, una vida que me regalaban en la que no pesaban ni los errores del pasado ni las preocupaciones del futuro. Una ocasión para ser yo más libremente que nunca, para demostrarme mi capacidad de aprender, sobre todo al transmitir el amor.
Tuvimos la suerte de ir con grupos de otros países, Francia, Polonia, Corea del Sur y Mongolia. Una de las mañanas nos acercamos a una catequesis de Corea del Sur y allí se vivió algo increíble. Fui consciente de las distintas formas de vivir la misma fe. Me he dado cuenta de que la clave para transmitir el amor en el día a día es quererse a uno mismo, sentirse capaz de escuchar, comprender y aportar cosas buenas a los demás.
Rosa