Rostro joven de una Iglesia antigua

  Somos jóvenes greco- católicos que desde hace tres años hacemos

9 octubre, 2022
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  • ISRAEL

 

Somos jóvenes greco- católicos que desde hace tres años hacemos camino con las misioneras en Tierra Santa.   Pertenecemos a una de las Iglesias orientales más antiguas del mundo y vivimos como minoría entre judíos y musulmanes. Hemos experimentado que el Señor se ha fijado en nosotros y nos ha dado muchos dones, sobre todo la fe en un Dios misericordioso. Hemos ido descubriendo la riqueza de la fe y la belleza de la liturgia bizantina cuando muchos chicos de nuestra edad abandonan la Iglesia porque no entienden las celebraciones.

Cuando las misioneras nos propusieron una misión en Jordania, sentimos todos que verdaderamente para cada uno de nosotros era el momento de salir, de descubrir lo mucho que tenemos que dar. Dios nos llama a nosotros como jóvenes.

Jordania es nuestro país vecino. Aparentemente el viaje es corto, no son más de doscientos kilómetros. Pero llegar a Jordania es entrar en otro mundo.  Pasar la frontera con todos los materiales que habíamos llevado para juegos y dinámicas para niños y adultos nos supuso tres horas y media. Al llegar a nuestro destino, Zarqa, nos encontramos con una ciudad que hace algunas décadas tenía un núcleo grande cristiano. Pero poco a poco, los cristianos se fueron del lugar para vivir en zonas mejores o en el extranjero. Solo se han quedado allí los que no tienen esta posibilidad por falta de recursos. Luego llegaron muchos refugiados, en su mayoría musulmanes de los países vecinos.  En Zarqa hay mucha pobreza, falta de trabajo, de educación y de medios…

Nos acogieron personas de las dos parroquias greco- católicas con mucho cariño. Los jóvenes de allí ya nos estaban esperando con ganas de compartir con nosotros. Fue muy especial la experiencia de amistad que se fue tejiendo entre nosotros y los jóvenes de Zarqa. Orábamos juntos, juntos hacíamos las actividades para los niños y juntos bailábamos y cantábamos. La fe nos ha unido y experimentamos que nos podemos ayudar mutuamente a crecer como jóvenes y a tomar nuestro lugar en la Iglesia. Verdaderamente descubrimos un rostro de Iglesia joven y compartido.

En esta misión hemos tenido la oportunidad de transmitir la presencia de Cristo en los sacramentos, los santos y la Escritura a unos ochenta niños y adolescentes con quienes nos reuníamos cada mañana. Hemos peregrinado a la cueva del profeta Elías en Tishbe y al Monte Nebo, desde donde como Moisés divisamos la Tierra Prometida que hoy día es la nuestra. Descubrimos el toque tierno de la mano sanadora de Dios cuando en una noche de oración de conversión, recibimos la unción con un perfume de nardo. Fuimos testigos en las personas que nos acompañaban: sacerdotes, las misioneras y un monje de que es posible la unidad en la diversidad cuando hay amor y respeto mutuo y cuando cada uno disfruta de los dones de los demás. ¡Cuántos regalos!

Comenzamos nuestra misión con una vigilia de oración para toda la parroquia. Sembramos trigo, que simbolizaba nuestras vidas, nuestro amor y entrega. Y es que muchas veces podemos trabajar sin ver los frutos. Pero el Evangelio nos dice que es Dios quien lo hace crecer y que nos podemos fiar de su fuerza. Esa es nuestra esperanza, la que hemos querido contagiar y con la que hemos vuelto de Jordania. ¡Se puede soñar con una iglesia misionera! Si nos amamos, podemos ser un corazón vivo que arde y contagia la alegría de Cristo en medio situaciones difíciles. Hemos experimentado el rostro joven de la Iglesia cuando jóvenes y adultos juntos somos testimonio creíble para la gente de hoy.

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