Hoy, nos dijeron que Raúl ha empeorado. Es uno de los jóvenes que nos acogieron hace quince años cuando llegamos a Perú. Era catequista en la capilla de su barrio. Hoy está muy enfermo de los pulmones a causa de su trabajo, una empresa familiar que labra lápidas. El polvo de las piedras se ha ido depositando poco a poco en sus pulmones hasta dificultarle la respiración.
Creo que su estado de salud es una imagen de lo que vivimos en nuestra sociedad peruana. La pandemia, las dificultades de todo tipo, la realidad política tan inestable,… Todo hace que se deposite un polvo en nuestros corazones hasta desfigurarlo e impedirnos vivir nuestra identidad. La negatividad, desesperanza, impotencia, rebeldía, sufrimientos que se nos va colando van tapando nuestra identidad hasta hacérnosla olvidar.
Hace unas semanas en un retiro para jóvenes, uno de los chicos nos decía en una dinámica: “yo soy malo”. Es un joven que tiene malas amistades, pero le vemos realmente con un corazón inocente y muy servicial. En un momento de la dinámica, fuimos quitando uno a uno unos carteles en los que estaban escritas las palabras: negatividad, impotencia, rabia, rebeldía, maldad… Y apareció un corazón. El y sus compañeros se quedaron sorprendidos e ilusionados: no somos malos, somos Amor, nuestra identidad profunda es la del amor. Esto resonó profundamente en ellos.
Cuánto bien nos hace ponernos a amar… Recuerdo a otros jóvenes que una semana después bajaban felices de un cerro donde habían vivido una misión con unos niños de una zona muy pobre. Al jugar con ellos, darles un mensaje a través de un teatro y escucharlos, habían podido experimentar su identidad y respiraban la vida a pleno pulmón.
A Raúl no le podemos curar… Pero es nuestra tarea diaria sacudir el polvo que se nos quiere pegar al corazón y obstruirnos la vida, para vivir lo que somos: amor
Anne-Marie