«Quien bien prepara su montura llega lejos»

La Via Francigena es una antigua ruta de peregrinos que iban de Inglaterra a Roma, atravesando Francia. Me llamo Nicolás y he tenido la suerte de poder hacer parte de esta ruta en peregrinación junto con algunos jóvenes de la comunidad de Valenciennes, algunas misioneras, Pablo y el P. Théophane.

¿Qué he podido descubrir de esta experiencia?

Que “Todos los caminos llevan a Roma…”: He podido hacer memoria  de los miles de peregrinos que desde el año 990 habían hecho este camino para llegar a Roma. Me sentía tras sus pasos este verano, aunque  nosotros solo hemos hecho unos ciento cincuenta kilómetros con nuestra mochila a cuestas desde Laon hasta Chalons-en-Champagne.

Que una peregrinación es ante todo un encuentro del otro. Nosotros lo hemos vivido cada día. Y quiero referirme a esto empezando con los habitantes de los lugares donde nos acogieron.  Se respiraba mucha alegría: alegría de dar, de servir, de ofrecernos un lugar y de prepararlo para nosotros. Es también el encuentro con nosotros, peregrinos en la vida: la caminata nos permitió pasar a lo esencial, a no detenernos en la primera superficie de las cosas y  de las personas y construir así muy bonitas relaciones de amistad.

La peregrinación es caminar pero también es pausa. Y esta pausa en el tren de vida que llevamos nos ha permitido a cada uno a volver a nuestro fundamento que es Cristo y caminar siguiéndole a Él. Tuvimos la suerte de comenzar los días con la oración, me han ayudado especialmente los tramos de la caminata en silencio para escucharle.  Acabábamos el día con una eucaristía ahí donde podíamos: en una capillita o un santuario, o en la sala de la casa donde fuimos alojados. Siento que todo esto me ha hecho crecer y reafirmar mi fe.

Hay un proverbio por acá que dice: “Quien bien prepara su montura llega lejos”. La peregrinación supone un esfuerzo físico: varias horas de marcha cada día nos lleva a situaciones donde estamos todos cansados pero podemos superar nuestros límites y ayudar a otro más agotado que yo a llegar hasta el final… He de decir que la belleza de los paisajes tan diferentes: campos, bosques, viñedos, trigales, siguiendo el canal de Marne hacía que muchas veces ni me diera cuenta del cansancio. Llegamos lejos cuando acompañamos la marcha con nuestra capacidad de servir y de agradecer la belleza de los dones de Dios. También al compartir nuestras experiencias con el grupo. Esto nos hacía sentirnos unidos,  conocernos y sobrepasar nuestro cansancio.  Teníamos la alegría en común de ser muy felices con muy poco.

Una de las Bienaventuranzas del peregrino dice así: “Bienaventurado el peregrino que comprende que, cuando esta caminata termina, comienza la verdadera peregrinación por la vida”.  No quiero quitarme la mochila en el camino que tengo por delante.

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