Dios trazó una hoja de ruta para mí al comienzo de este año: Vivir la compasión, esa compasión que a Jesús le hizo hermano, misionero y prójimo. No tenía ni idea de que íbamos a estar confinados un mes después. Y menos de que el covid visitaría a muchas familias de la zona y a muchos conocidos, trayendo consigo la muerte de amigos y familiares y secuelas que, a veces, no se van tan rápido. Ahora, en los últimos meses del año, miro atrás y esta llamada a la compasión la reconozco como un eco repetido cada semana. Tenue o explícitamente siempre ha habido alguien que me ha suplicado: “Ten compasión de mí, ayúdame para que pueda creer que Dios está especialmente con nosotros en este tramo difícil de la vida”.
¡Qué profética es la compasión!
No porque clamas a los cuatro vientos muchas palabras esperanzadoras, sino porque se trata de escuchar mucho y pacientemente al otro y a Dios para construir puentes entre el dolor y su ternura.
Profética porque es signo del compromiso de Dios con nosotros. Intuir el dolor de Dios cuando al hombre le duele la vida con tan solo la elocuencia de la brisa suave del cariño y del respeto. Es alivio, sin brío de trompetas, apoyado en la Resurrección de la que participa todo lo que Él ama.
La compasión te lleva a percibir que la vida es un bien impagable, si sientes que la muerte es la espada de Damocles que amenaza tus sueños y tus alegrías.
Te inspira a charlar con Dios entreabriendo el corazón, a ti que esperas superar el duelo asépticamente porque te has convencido de que hay que ser fuerte y frío ante los problemas de la vida. Enciende el deseo de luchar, si la resignación te amordaza.
Te hace creer que tu historia tiene mucho que decir, aunque en el duelo sientas que se cierra un capítulo de tu vida que hubieras continuado escribiendo y escribiendo.
La compasión es profecía como expresión de Dios de gozo y orgullo por el hijo que se va de este mundo y cuya vida mereció la pena. Y expresión de orgullo y de ternura hacia el que se queda con inmensa nostalgia pero con un gran voto de confianza a Dios y a la vida.
Estos días nos dan la oportunidad a ti y a mí de sopesar en nuestras manos el legado de sabiduría y de fuerza de vida de nuestros difuntos, de sentirnos privilegiados por haber coincidido un tramo corto o largo con ellos y rendirles un homenaje agradecido. Quienes tuvieron la confianza de permitirme acompañarlos en su dolor este año me han hecho recordar lo importante que esto es.
M. Carmen Izquierdo.