Se acerca la fiesta del Domund y queremos acercarnos a la vida de los misioneros. En esta ocasión les presentamos el testimonio de Paula, misionera portuguesa que lleva 30 años en Japón. Toda una vida entregada a Jesús en estos hermanos, de los que también ha recibido mucho. Quédate, que ella misma nos lo cuenta.
¿Cómo fue tu llamada a Japón?
Hace unos 39 años, estando en el curso de formación (noviciado), vino a visitarnos una misionera que volvía de Japón. Escuchándola hablar de la misión allá, recuerdo haberme dicho para mis adentros: “Menos mal que jamás iré a ese país”. Sinceramente me sentía incapaz de adaptarme a una realidad tan distinta.
¡Ocho años después me destinaron justamente a… Japón! Hoy me siento muy agradecida a Dios y a los que creyeron en mí, por haberme enviado a este país hace treinta años. Dios permitiéndome permanecer tantos años en Japón, ha respondido a un deseo que siempre había tenido: irme como misionera a un lugar determinado y quedarme allí para siempre para, como Pablo, “hacerme todo a todos para ganar a los más posibles para Cristo”.
¿Qué ha significado para ti Japón?
Son muchos los regalos de Japón. Estos treinta años he aprendido y recibido mucho de los japoneses que he conocido. He captado a través de ellos aspectos del Evangelio que no comprendía.
Me aceptaron, me respetaron y me amaron como soy. Me han abierto sus casas, sus corazones, me han introducido en su cultura, en su intimidad. Es un regalo inmenso haber podido estar sobre todo con los jóvenes y acompañarlos en su búsqueda de la felicidad. Recuerdo a los que hoy ya tienen hijos adultos…y también me alegro con los más jóvenes que ahora, a pesar de la diferencia de edad, me siguen tratando como una de ellos.
Japón me ha enseñado la importancia de las relaciones humanas y que la misión empieza por los detalles pequeños de la vida, especialmente en el trato mutuo. Resumiría así la misión aquí: muchas veces se trata de intentar que el otro se sienta en casa y que experimente que tiene derecho a ser feliz y a seguir la voz de su corazón.
Japón me ha hecho descubrir a Dios muy vivo en muchas personas que no le conocen y a la vez, me ha hecho vislumbrar la sed que Dios en los corazones de muchos, aunque no lo sepan. He sido testigo del regalo de ver el milagro de la fe despuntar en los corazones de los jóvenes y la valentía con la que optan por el bautismo, a pesar de la incomprensión de los más cercanos.
Japón me ha enseñado a conjugar la actitud de “urgencia misionera” con la “infinita paciencia”, sabiendo que Dios tiene su tiempo oportuno para tocar el corazón de cada persona.
Paula Gomes