El último domingo de noviembre se fue a la casa del padre Elvira, servidora con la que hemos compartido muchos momentos y muy apreciada amiga. Su partida me ha hecho recordar que cada uno venimos a esta tierra con una misión y cuando llega el tiempo de dejar este mundo, ¡qué alegría será volver al Padre con las manos llenas! Elvira ha vivido así, se ha marchado con las manos llenas.
Entre los dones que ella, uno era la capacidad de escucha. Cuando compartíamos y nos contábamos las preocupaciones que como madres sentimos por nuestros hijos u otros hermanos, ella escuchaba y hacía un gran silencio. Luego me decía: «Está bien todo lo que compartes, Nilda, pero ¿cómo estás vos?¿cómo está tu corazón, hermana? Y ahí todo cambiaba, ella me ayudaba a conocerme y a darme cuenta de lo que vivía.
Otro don que tenía era la franqueza: no se guardaba nada, te decía todo lo que sentía y pensaba. Y siempre se despedía con sus eternos abrazos, diciéndote “te quiero mucho”.
Elvira aportaba a la comunidad de Servidores su gran sabiduría en medio de su pequeñez. Ella ponía ese toque de sentido común evangélico que es la sabiduría de los pequeños
En la última reunión que tuvimos para preparar la renovación de las promesas de los servidores, ella estaba presente y decía.: “Anunciamos con alegría el evangelio”. Con esa alegría de la que hablaba nos despedimos de ella. Alegría en medio del dolor por la grandeza de su persona
Nilda