Una misión soñada y preparada por el Señor.
Entre el 24 al 27 de enero fuimos de misión a Puerto Rawson, una ciudad de la provincia de Chubut en la Patagonia Argentina. Viajamos desde Buenos Aires invitados por el matrimonio Servidor: Mariana y Alfio. Nos apuntamos a esta bella iniciativa: Nilda, Héctor, Gloria y María Victoria, una laica consagrada de Quilmes. Y por supuesto, los hermanos de la iglesia local de la Capilla Stella Maris. Durante esos días recorrimos de dos en dos las calles del puerto bajo el lema “Compartir la alegría de ser familia”.
Puerto Rawson es un lugar donde el horizonte tiene un mar inmenso y maravilloso que hace muy presente la majestuosidad de Dios. Agradecimos también que Dios se manifestara tan providente en el cálido recibimiento de nuestros hermanos que tenían todo preparado para que nada nos falte.
El Señor había soñado y preparado esa misión para que pudiéramos ir hacia él en quienes nos cruzábamos en las calles y en las casas, tanto en las que nos recibieron como en las que no lo hicieron. Esa es la aventura de la misión: caminar por caminos nuevos apoyados por el encuentro con el Señor desde la Palabra y la oración compartida cada mañana. Así, impulsados por el Espíritu, pudimos ser capaces de contagiar la alegría del amor de Dios. Esa es la Buena Noticia que ofrecemos a nuestros hermanos.
Lo que está en juego es la vida de Jesús cuando nos acercamos a quien no lo conoce, está solo o no tiene quien lo escuche y le dé esperanza, ahí donde el amor está dormido, esperando ser acariciado e iluminado para descubrir un nuevo horizonte de vida.
Cada encuentro nos ha permitido la escucha, el diálogo y celebrar lo importante que es cada persona que nos abría el corazón. Nos contaban su vida, sus sueños y sobre todo su dolor: su soledad, las ausencias, enfermedades, situaciones familiares y económicas difíciles, sus miedos e incertidumbres. En definitiva, todo eso que nos quita lo que tanto buscamos en la vida: ser feliz.
Después de cada jornada nos reconocíamos testigos del milagro del paso de Dios: porque nos permitió ser sus manos y su ternura. En la gente porque percibimos la acción de Jesús que pasa, toca, sana, libera… ¿De qué? no sabemos, pero sus rostros cambiaban.
Personalmente, esta experiencia ha sido un regalo del cielo y un tesoro a guardar en el corazón. Ha sellado la certeza de formar parte de esta Iglesia nueva que nace, que “primerea” y sale al encuentro de los otros, de quien no se da cuenta de su amor o del que sí pero no le interesa. Me llevo lo importante de la presencia de Dios en nuestro día a día.
Como parte de nuestra familia de Servidores me alegro de tener como comunidad algo tan valioso: nuestro anuncio, que se gesta preparando cada día el corazón con la Palabra y el compartir fraterno de fe con el que vamos gestando el Reino de Amor que Dios sueña para todos nosotros, sus hijos amados.
Gloria Suárez, Servidora en Argentina