A veces en nuestra vida buscamos momentos estelares o especiales. Sin embargo, nos damos cuenta, con el paso de los años, que lo importante pasa por lo cotidiano. Hay días en que nos levantamos sin entusiasmo, pero vamos a trabajar o a estudiar. También hay relaciones que se han construido con el tiempo y que permanecen. O quizás trabajos que nos han costado esfuerzo, paciencia y aprendizaje.
Este tiempo cotidiano, a veces anónimo, es donde se espera algo mejor y se construye lo que será mañana. No hay futuro sin el presente de cada día cultivado en lo cotidiano.
¿Qué valoran los jóvenes de un barrio como en el que vivo como cualquier lugar del mundo, quizá el tuyo? Lo auténtico de recibirlos como en casa y transmitirles que sus vidas son únicas, un verdadero tesoro, capaces de aquello que se propongan, si se lo proponen; que sus luchas, dificultades, no son absolutas, y que el aburrimiento, a veces, nos hace creativos y nos da la oportunidad de descubrir capacidades que Dios, hace mucho tiempo nos ha regalado.
La sonrisa de cada día, no porque la vida siempre sonría, sino porque siempre hay un motivo, aunque sea muy pequeño, para sonreír.
La escucha paciente de sus problemas, de su percepción de la realidad, sus búsquedas y sus inquietudes, aunque a veces haya que buscarlas mucho porque quedaron enterradas en el pesimismo o la desilusión. Crear espacios donde puedan ser ellos mismos y se sientan en confianza.
Nuestros jóvenes no buscan sólo la apariencia, las sensaciones puntuales, o probarlo todo. Buscan también, en lo más hondo de su corazón, referentes que les muestren que la vida merece la pena, que les ayuden a valorar y a descubrir la importancia de lo cotidiano.
Este tiempo, de Adviento, de espera, que nuestra Madre nos enseñe a esperar como ella, valorando la oportunidad que nos da lo cotidiano.
Clara Olivera de Dios SEMD