Estos días una hermana estuvo arreglando las plantas de la terraza. Las cambió de lugar: estaban al fondo del tendedero y casi no las veíamos, y las colocó a un costado. Ahora, nada más salir a la terraza, se ve toda esas hilera de plantas: algunas chiquitas todavía naciendo y otras altas llenas de hojas, y cada una de cada ellas, pequeña o grande, ¡te transmite vida! En medio de las circunstancias de cuarentena que estamos viviendo esas plantas están siendo para mí una bocanada de alegría y esperanza.
En este mes en que se ha celebrado el “Tiempo de la creación”, he estado reflexionando sobre este gran regalo que se nos ha dado que es la creación. Y lo primero que me ha ido viniendo a la mente ha sido cantidad de momentos donde la creación se ha convertido en esa mediación que me ha acercado a Dios. La percibo como esa compañera, hermana de camino que ha abierto mi corazón a él, que me ha hablado de él.
Recuerdo aquellos años en mi adolescencia donde, mirando las estrellas, me preguntaba por el sentido de la vida o por la existencia del Amor. Esas mismas estrellas me hacían sentir cerca a amigos de otros lugares que podrían también estar mirándolas. Y en momentos más cercanos en el tiempo, ¡cuántas veces ellas me han hablado de la promesa de fecundidad de Dios con mi vida! O cuántos momentos junto a amigos, a la familia… donde, en medio de la naturaleza hemos compartido momentos de profunda fraternidad. O esas peregrinaciones caminando en silencio, contemplando el cielo, los bosques, los pequeños animales, las montañas… que nos han hablado de la firmeza del amor de Dios, de su creatividad con cada ser vivo y con el camino de cada uno de nosotros.
He estado haciendo estos días un Challenge hasta Auswichtz de la mano de Etty Hillesum. Es increíble cómo, en medio de un campo de concentración, ella era capaz de mirar el cielo inmenso, sin límites, sin restricciones ante ella y eso le renovaba la certeza de que “la vida es bella a pesar de todo” y que somos seres transcendentes que podemos dejar un legado de vida nueva a las próximas generaciones.
A la Madre Tierra, como dicen por nuestras tierras andinas, le debemos, no sólo la vida física que ya es un regalo inmenso, sino también esa vida interior que se despierta muchas veces al contacto con la naturaleza y que nos habla a una sola voz de una Persona: Dios y su amor por nuestras vidas.
Patricia Llamas