Semillas del Verbo 15. ¿Cuántas veces hemos tirado algo cuando se nos ha roto? Yo, muy a menudo. A veces, cuesta más arreglarlo que conseguir otro. Sin embargo, cuando nos rompemos un brazo, ¿lo tiramos? No, ¿verdad? Sería una locura. Lo arreglamos enseguida porque es necesario…. Quizás pensaréis que estoy diciendo burradas, pero… ¿no vivimos en una sociedad donde desechar es lo más normal? Descartamos la “no perfección”.
Una de las muchas cosas que me atraen de Japón es la filosofía del Kintsugi, palabra que significa «pegar con oro». En realidad, es una tradición milenaria en la que se reparan objetos rotos a través de una mezcla de barniz de resina y polvo de oro. El Kintsugi parte de que lo roto, lo imperfecto, lo agrietado se puede arreglar. No de cualquier forma sino convirtiéndolo en una pieza más bella incluso que la anterior. Hace de la imperfección una obra de arte.
De hecho, las cerámicas más antiguas reparadas por Kintsugi resultan ser las más caras, por ser las más valiosas. Detrás de cada una, hay una historia que la hace única y especial. El Kintsugi nació cuando el shogun japonés Ashikaga Yoshimasa (s.XV) rompió su taza de té preferida y mandó que la repararan. ¿El resultado? Los artesanos japoneses transformaron la imperfección en belleza.
Esto es lo que aprendemos del Kintsugi. Las fisuras, las cicatrices de nuestra vida se pueden transformar en algo distinto, fuerte, incluso bello. Aunque sea difícil, si las asumimos con madurez, nos hacen ser quienes somos: personas singulares, especiales y «bellas». Nuestras grietas, de alguna manera, se pueden convertir en ventanas. En palabras del poeta sufí Rumi: «la grieta es el lugar por donde entra la luz». Y esa luz no solo me llega a mí sino a muchos otros.
¿Nos animamos a hacer de nuestro día a día “Kintsugi”?
Rosario Garrido
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