Todos estamos tocados por la fuerza del mal, del egoísmo y por sus consecuencias. La guerra de Rusia con Ucrania toca nuestra identidad humana: hemos sido creados para el bien, para el amor.
El fin de semana anterior al primer ataque de Rusia, en Dapaong (Togo) tuvimos una convivencia con chicos de los institutos. Fueron catorce los valientes que osaron salir de sus casas, para venir hasta un lugar desconocido y vivir con gente desconocida… ¡estos jóvenes se atrevieron a salir de sí mismos, de sus miedos y prejuicios!
¿Por qué digo esto? En Dapaong cohabitan diferentes etnias : Mobas, Lousou, Cotocoli, Basar, Ewe, Cabier, Mousi,… Existe mucha desconfianza entre ellos y se sienten amenazados unos por otros. El miedo les hace mirarse como enemigos. Esta desconfianza la notas en la tensión que llevan por dentro, que cualquier momento puede explotar.
Hacer amigos no es fácil, pues sienten necesidad de protegerse para poder vivir.
Al final de la convivencia, con los ojos brillantes de alegría decían: «he vivido la fraternidad», «aquí no hay discriminación, no hay diferencias». Sus corazones se habían abierto y descubrieron que el otro no es un enemigo y puede ser un amigo, pues se puede amar a aquel que es diferente de mí.
Estos jóvenes se han abierto a la posibilidad de ser constructores de nuevas relaciones. Un joven nos decía: «desde que mi padre ha muerto llevo un peso enorme. No puedo perdonar a la persona que la envenenado». Otro expresaba: «sufro porque mi tía salió de casa y no nos habla. Cuando viene es solo para exigir dinero. ¿Cómo podría ayudar a la reconciliación?» Los chicos expresan así no solo el dolor por la falta de paz y de comunión, sino también la posibilidad de perdonar y reconciliar. El perdón y la reconciliación son un proceso, pero se empieza con el deseo y con una nueva experiencia de relación entre nosotros.
El AMOR es el motor de todo esto. Cuando empezamos a experimentarnos amados, podemos mirar el otro en su diferencia. Dejamos de verlo como un rival y lo vemos como alguien que me completa. La relación con Jesús es el motor de este amor que nos capacita para vivir y construir la fraternidad. ¡Qué gran misión Dios nos ha confiado: somos sus colaboradores en la construcción de la paz!
María Leao