La auténtica belleza

Durante el voluntariado, y sobre todo al final, me pregunté a menudo cuál era la emoción predominante que cruzaba los océanos de mi corazón. No fue fácil entenderlo, ya que todo sucede, al mismo tiempo, muy lentamente y muy rápido, y uno se ve arrastrado por el torrente de sensaciones. Al final, me di cuenta de que no se trataba ni de compasión, ni de amor, ni de otras emociones: se trataba de la auténtica belleza, cuya raíz, creo yo, reside en el contraste.

Lima aparece como una ciudad gris, donde el aire pesa en los pulmones y el sol rara vez besa los rostros de los transeúntes atareados. El Rímac baña esta ciudad con aguas negras como la brea y cargadas de plástico. Es una ciudad partida por muros de la vergüenza, donde las personas viven en zonas diferentes según su clase social. Donde es normal que en ciertos lugares haya asesinatos todos los días. Es una ciudad donde los niños lloran cuando se les pregunta qué quieren ser de mayores, porque saben que lo que realmente les gustaría hacer es inalcanzable.

Pero nosotros hemos visto tomates florecer en medio de los desiertos. Hemos visto casas de material comprimido decoradas con columnas talladas en ellas. Hemos visto basura y excrementos de animales junto al espléndido mural de la olla común principal. También, hemos probado el pan de personas que no tenían más que eso, pero preferían donarlo todo.

Hemos conocido a hombres con el máximo orgullo patriótico, a pesar de no gozar prácticamente de ningún servicio estatal. Hemos visto a niños sonreír con caras sucias de polvo y tierra. Y sobre todo, hemos mirado al Cristo de San Francisco Javier sonreír en medio de los esqueletos danzantes. Nos hemos sentado en casas sin suelo pero adornadas con veinte rosarios y crucifijos.

En San Juan de Lurigancho vive una niña, tiene cinco años, es pequeñita y llora a menudo. Cuando tiene que comer camote hace berrinches, y le encantan las burbujas de jabón. Le gusta mucho que la mimen, porque en casa no recibe muchas caricias. Como murmura, no se entiende nada cuando habla y rara vez se ríe.

Pero cuando ríe, es más dulce que la chirimoya y más hermosa que todos los murales de Barranco juntos. Gracias, Nicolita, por reír tan bien.

Yo pienso que Lima es la ciudad más hermosa que he visto. ¿No te parece que esta es la auténtica belleza del mundo?

Filippo. Joven Comunidad de Italia

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Ana Maria Palma GonzálezLa auténtica belleza