Mi cuerpo iba perdiendo la vista, pero internamente yo seguía siendo una persona que ve
Hola,
Soy Anne-Marie Berriaud, soy una misionera francesa y vivo en Perú desde hace 11 años. Durante estos años, e incluso antes, he ido perdiendo la vista a causa de una enfermedad degenerativa llamada retinitis pigmentaría. Hoy en día todavía me queda un resto visual: Puedo distinguir luces y sombras.
Ha sido y sigue siendo un camino largo y áspero, una experiencia de mucho despojo. Sin embargo, hoy en día puedo decir que Dios ha estado muy grande conmigo a través de esto. Cuando empecé a perder la vista, intentaba seguir viviendo igual. Todo me costaba más, me suponía más cansancio y tensión, pero más o menos me arreglaba. Sin embargo, se me hacía cada vez más dificultoso, y poco a poco me sorprendía reaccionando de una forma que no entendía de mi misma: agresividad, exigencia, superación.
Mi cuerpo iba perdiendo la vista, pero internamente yo seguía siendo una persona que ve. Hasta que ya no pude más. Ya no me respondían mis coordenadas internas. Lo que había ido construyendo en mí durante años se había derrumbado. Mi forma de amar, de orar, de vivir la misión, ya no me servía. Sin embargo, no podía renunciar ni a amar ni a orar, ni a vivir la misión. Tenía que buscar nuevas formas, nuevos caminos, nuevas coordenadas. Buscar también lo que Dios quería de mi en esa nueva situación.
Tuve que volver a aprender todo. El manejo del bastón, leer y escribir en Braille, aprender a usar el celular y la computadora con programas audio. Me sentía como un niño de primaria. Aprender también a desarrollar los otros sentidos. Aprender sobre todo la paciencia, aceptar que todo tomaba muchísimo más tiempo.
Poco a poco, ni sé cómo, se fue haciendo el cambio de chip y ahora puedo decir que “soy feliz con lo que soy”. Dios me ha enseñado a confiar en él, a recibir de él cada día la gracia, a disfrutar de las cosas más pequeñas. La verdad es que me siento mucho más libre que antes, ¡he tenido que soltar tantas cosas! Mi corazón sigue siendo muy misionero, aprovechando cada encuentro, y buscando personas más capaces que yo para llegar adonde yo no llego.
Así que, no tengamos miedo a nada, Dios nunca deja de darnos su gracia para acompañarnos en lo que nos toca vivir.
Anne Marie Berriaud, San Juan de Lurigancho, Peru