
¡Gracias, Señor, por llamarme a esta misión!
Me llamo Harry y tengo quince años. Soy de Filipinas y he participado en la misión asiática. He tenido momentos inolvidables. Sentí que, aunque teníamos diferentes lenguas y éramos de diferentes países, somos una familia. Gracias a esta misión tengo muchos amigos, tías y tíos, en una palabra: tengo una familia.
He visto muchos cambios en mí: Ahora me siento más abierto con otras personas y también experimento que se ha fortalecido mi fe.
Uno de mis mejores momentos fue la bienvenida. En la cena nos dijeron que nos sentáramos no con los amigos sino con otros jóvenes. Pensaba que me iba a aburrir comiendo con gente extraña para mí. Pero cuando comenzamos a hablar unos con otros, me di cuenta después de que no me había aburrido y de que disfruté porque sentí que nos conocíamos de toda la vida.
Otro momento fue cuando el P. Richard nos dio una charla sobre la felicidad, sobre el camino del amor. Realmente me tocó el corazón y fortaleció mi fe en Dios.
Otra experiencia que destaco es la de los juegos con los niños. Me he dado cuenta de que, si hago feliz a un niño, esto me hace feliz a mí también. Cuando estaba jugando con los niños, vi a Wakano, una chica japonesa, hablando con uno, pero él no podía entender inglés. Yo me acerqué y le pregunté porque estaba llorando. El no quería jugar con los demás porque se había peleado con los niños. Traté de convencerle para jugar, me hacía el gracioso, pero no se reía. Después de un rato le pregunté si quería un globo y me sonrió. Estaba feliz porque era la primera vez que sonreía. Al final quiso pintarse la cara y se sumó a los juegos. Estaba feliz. Ahí me di cuenta de que, aunque fue difícil convencerle, había merecido la pena. Casi lloré en aquel momento. Supe que Dios me había estado llamando para ayudar a este niño y así Dios me ayudó a mi también.
Ahora quiero hacer otra misión y que ese sea mi hobby. Quiero ayudar a la gente especialmente los que más necesitan.