El mes de agosto nos regala la Fiesta de la Asunción de María.
Occidente la ha representado evocando la Ascensión del Hijo, que “va por delante a prepararnos un lugar”. Estamos hechos para la eternidad. María ha llegado en cuerpo y alma al cielo. Su cuerpo, que ha amado albergando a Dios en su seno, caminando tras sus pasos y sirviendo, sigue amando. Con su alma abierta a los planes de Dios, sigue siendo interlocutora humilde suya. El amor, el servicio y la escucha a Dios de cada persona están llamados a perdurar por toda la eternidad. No prescriben, no caducan. Los optamos cada día, porque nadie tiene garantizado que sabe amar, servir y escuchar a Dios en cada reto que trae la vida. Todo lo que somos: Lo optado, lo aprendido, lo que constituye nuestra personalidad, lo ofrecido lo abrazará Dios y lo seguirá regalando al mundo.
Oriente recuerda esta fiesta poniendo el énfasis en María como icono de la Iglesia, nueva Eva. Evoca más a la escena del nacimiento de Jesús. Aparece la Virgen acostada y los apóstoles están alrededor de Ella. Pero también aparece como una niña en los brazos de Jesús. María en la tierra ha sido pequeña y lo sigue siendo en el Cielo. María ha sido consciente de su pequeñez a lo largo de toda su existencia. Supo vivir la grandeza de su misión desde la cotidianeidad y desde su ser mujer. Meditaba en su interior lo que escapaba a su comprensión y no reivindicó más luz, más evidencias,… Fue consciente de su barro y por eso, fue muy dócil a la voluntad de Dios y a su cariño. Fue muy valiente como los niños que cuando son amados no temen. Fue pequeña para aprender y aprender y para dejar que Dios ensanchara su mente y su corazón al misterio de quién es Él y de su plan de salvación.
María se va de este mundo con lo que ha dado de sí misma y con lo que Dios ha obrado en ella. Por eso, se va como una obrita de arte de Dios, como una Nueva Eva, como una vida de niña, noble, confiada, dispuesta a abrazar la vida con todas sus fuerzas, con ganas de amar.
En todo el mundo estos meses ponen en evidencia que no somos tan grandes como creíamos y que la muerte está más presente de lo que quisiéramos evitar o esconder. Que al mirar el pasado y el presente de nuestra existencia podamos decir las palabras finales del Salmo 22: “Esto que he vivido, esto que soy, lo hizo Él”
Mª Carmen Izquierdo