Esta es una de las preguntas que yo, misionera en Togo, me hago continuamente frente a la realidad de pobreza y sufrimiento del pueblo en que estoy.
Comparto con los jóvenes sus desafíos y sus tristezas y constato cada vez más le distancia que hay entre ese sueño de un mundo nuevo y la injusticia, la corrupción y la división que veo.
En la oración Dios me dice que el mundo nuevo viene de la transformación del corazón de cada hombre. Con esa certeza preparo mis formaciones para los juveniles, comparto con los jóvenes en el campus universitario y preparo fines de semanas para quienes quieran hacer experiencia de ese mundo nuevo en ellos y entre nosotros.
Al terminar uno de esos fines de semanas empiezas a creer que un mundo nuevo está naciendo al ver el cambio en los chicos.
A escuchar a una chica de diecisiete años diciendo:
“Mi vida tiene un valor incalculable. Aunque los demás me digan que yo no soy nadie, sé que es mentira, porque valgo mucho para Alguien que me quiere y me ha dado muchas capacidades para ponerlas al servicio de los otros”
U otra chica que al llegar su casa explica a su madre que no puede vivir sin hablarse con los miembros de la familia, aunque le hayan hecho mucho daño. Que el odio no te deja ser feliz.
Cuando ves a chicos que empiezan a creer en la amistad o a darse cuenta del amor que le han tenido sus tíos acogiéndolos cuando su madre les abandono…
Cuando ves la alegría de vivir y de luchar en estos jóvenes en una sociedad injusta, corrupta y que no les ofrece posibilidades de trabajo te das cuenta de que el mundo en que vivimos sí que puede cambiar. El cambio viene del corazón y de las ganas de vivir que te da sentirte amado, valorado y necesitado.
Gema García