Los ojos no son bonitos por su color o por su tamaño sino por su visión libre, aguda y penetrante de la realidad. ¿Y si hoy, cada uno de nosotros agudizáramos la mirada para descubrir lo que está sucediendo en esta realidad en la que nos encontramos, que parece una pesadilla de la que no nos acabamos de despertar?
¿Y si aviváramos la fe para descubrir la novedad de un futuro que aún no ha llegado pero que ya se vislumbra? Como decía el profeta: “Algo nuevo está surgiendo… ¿no lo notáis?” (Is 43,19)
Yo personalmente, ¿qué noto? Diría que lo que se ve a simple vista es que esta situación pone al descubierto lo que hay en el interior de los corazones. Es más, parece sacar lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros.
Al que buscaba enriquecerse a costa de los demás sin importarle la vida de los otros, esta situación le encuentra exportando material sanitario de extrema necesidad en su propio país, para venderlo en otro donde le paguen mejor.
Al que había apostado por servir a los otros, esta situación le encuentra en un hospital en el que vive desde hace un mes, ocupándose de los enfermos, sin poder visitar a la propia familia para evitar el riesgo del contagio.
A algunos gobiernos de países más favorecidos a los que les parece un fastidio tener que compartir gastos con los más pobres, esta situación les encuentra negociando y poniendo en riesgo la ya poca credibilidad de ciertas instancias políticas que deberían ser de ayuda.
A quienes han elegido hacer del amor el centro de su vida, esta situación les encuentra sirviendo a los más pobres, repartiendo pan y dignidad, desafiando los mil peligros de contagio que todos sabemos que existen.
Hay signos de vida y de muerte. Hay corazones egoístas, que parecen anestesiados ante el dolor ajeno, que prefieren seguir su vida como si nada, aun pudiendo contagiar a otros por su falta de cuidado y respeto a las normas.
Y hay muchos corazones que se abren al otro, al desconocido y le ofrecen lo que necesitan o hasta su propia vida, como el sacerdote italiano enfermo que ha ofrecido su respirador, regalado por sus feligreses para que alguien más joven que él pudiese vivir. ¿No es un signo entre tantos otros de que algo nuevo está surgiendo?
Un futuro nuevo se esconde en las entrañas de esta realidad del coronavirus…un futuro que es como un germen diminuto pero imparable.
Como la vida en gestación sigue su proceso de crecimiento hasta irrumpir un día en la historia…así el Reino de Dios se esconde en lo germinal y lo pequeño. Se esconde en muchos gestos de humanidad, de solidaridad, de evangelio que nos rodean, en los que se puede adivinar un amor que va más allá que la muerte que nos rodea.
Si no lo vemos, busquemos un colirio que nos limpie la mirada, desintoxiquémonos de la negatividad que a veces nos invade, sacudámonos el cinismo, acerquémonos a la realidad, de puntillas, con respeto, abriendo el corazón al misterio. Si somos pacientes, ese misterio acabará por revelársenos. Pero démonos tiempo…hagamos silencio. Entonces, cuando se nos revele, comprenderemos que quizás Dios está más vivo que nunca. Comprenderemos que a Dios no le falta creatividad para seguir abriéndose paso en este mundo y se formará dentro de cada uno de nosotros una esperanza más fuerte, que nos ayudará a hacer frente a todos los avatares que la vida nos traiga.
Abre bien los ojos…espera…hoy puedes elegir entre la decepción y la esperanza. Elige lo que es cierto: ¡¡¡elige la esperanza!!!
Verónica Alonso