“Entraste sin llamar, te llamas dolor”

Oración para la aceptación del sufrimiento Llegaste sin llamar a la

18 julio, 2020
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  • ESPAÑA

Oración para la aceptación del sufrimiento

Llegaste sin llamar a la puerta y sin abrirte ya estás dentro. Desordenas la casa, me nublas la mirada e intentando pelear para vencerte, te haces más fuerte y resistente. Has extendido tu olor por todo el ambiente: respiro amargura.

Hoy quiero sentarte a mi mesa y darte tu lugar. ¡NO PELEARÉ! No pelearé por el modo invasivo en que has llegado a mi vida. Quiero escucharte y perder el miedo a mirarte de frente. Me dices tu nombre, te llamas “Dolor”. Y creo que te quedarás un largo tiempo de visitante. Tu presencia hace que la vida sea menos ágil, que haya menos espacio para hacer otras cosas, me reduces, me pesas, me afeas la existencia, que se ha vuelto en blanco y negro…

Pero al perder el miedo a tratarte y soportarte llego a comprender que no eres tan malo como imaginaba. Me haces descubrir mi vulnerabilidad, esta constitución frágil que se engañó creyendo en la omnipotencia. Sí, soy criatura, pequeña, vulnerable, frágil y necesito descansar en Alguien más fuerte que yo.  Abres los poros de mi sensibilidad para que me deje amar. Me llevas a ponerme en contacto con mi origen, con la fuente de la fortaleza en mi vida. Me llevas al Padre, de quien debo aprender a depender cada día. Me enseñas un nuevo modo de vivir, el de la confianza en la providencia. Ya no me quejaré de lo que he perdido, de lo que no tengo, sino que me fijaré en todo lo que puedo cada día, por muy pequeño que sea, porque sé que es un regalo. Transformas mi mirada, donde el otro ya no es alguien más, con poco que aportarme. Puedo verlo como un don, un regalo que me hermana y alabo sus talentos y capacidades, signo de la providencia de Dios que alegra nuestra casa.

¿Sabes una cosa? Mientras hablo contigo pienso que no contaré los días hasta que te vayas. Ni esperaré días mejores, ni cerraré las contraventanas mientras estés en mi hogar.  ¡Conviviremos y dejaré que me cambies! Aprenderé de ti todas tus enseñanzas y abriré la ventana más grande: la de la solidaridad en el dolor con todos los hombres. Me cantas al corazón una canción que escuché en otro momento: Es la música de la fraternidad universal, la melodía más sobrecogedora y bella. Un pequeño trozo de eternidad… Sin darme cuenta, se está llenando mi casa de esta música, que trae consigo un gozo escondido que había olvidado cuando reduje mi vida a “lo mío”,  a “mis” capacidades y a unos pocos “amigos”. Estás ensanchando las paredes de la casa, porque puedo comprender desde dentro a tantos hombres y mujeres… Y tras hablar contigo y mostrarte tu habitación, me doy cuenta de que hay fiesta en casa, se llenó de gente y de música, que empiezo a descansar como nunca en los brazos del Padre. Se fue la amargura porque la despidió la gratitud. Y cuando te miro a los ojos, hermano sufrimiento, veo que no eres tan feo, ni tan grande, ni tan violento. Veo que eres un niño, un bebé, que te has dormido en mis brazos cuando te he hecho caso.

Anita Martín.

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