Hoy vivimos un acontecimiento decisivo y nosotros, para bien o para mal estamos en este momento de la historia. Es normal que sintamos angustia, que el dolor toque nuestro corazón, que lo que vemos nos haga llorar. El mundo y cada uno de nosotros no estábamos preparados para esta situación tan dura.. Pidamos la gracia de ser los profetas y los santos que el mundo necesita en esta hora de enfermedad, de sufrimiento y de muerte.
Creo que todos al ver las noticias hemos llorado con las lágrimas de las familias que han perdido un ser querido. Esta realidad que vivimos nos está tocando en lo más profundo. No podemos esperar pase y que todo vuelva a ser como antes porque nosotros mismos ya no somos las mismas personas que hace unas semanas. Han cambiado muchas cosas dentro de nosotros. Consciente o inconscientemente nos vamos convenciendo de que somos pequeños, pobres, de que no somos autosuficientes, pero, sobre todo, de QUE SOMOS UNO. Nunca en la historia de la humanidad como ahora, nos hemos hecho conscientes de esta realidad: SOMOS UNO, en la vida y en la muerte, en la salud y en la enfermedad, en la fragilidad y en la esperanza, en las lágrimas y en las risas. Es como si ahora toda la humanidad estuviese en el mismo barco y necesitamos los unos de los otros para arribar a buen puerto. En este sentido, nos habla este texto de Edith Stein: “En la noche más oscura, (en esta noche mundial del coronaviris), surgen los más grandes profetas y santo, surgen aquellos que hablan de esperanza”. Ojalá estos profetas seamos nosotros.
Los profetas hablan del futuro, nos ayudan a creer que veremos la luz, nos animan a continuar y a caminar en la noche. Los profetas nos hacen ver la luz cuando estamos en tinieblas. NOS HABLAN DE OTRO, nos hablan de Dios que es más grande y más fuerte, que es amoroso y Padre Bueno. Dios es quien sufre delante de este dolor universal. Él no nos deja solos, Dios no está lejos, está cerca y es amigo”. Conoce nuestros miedos y entiende nuestro interior, porque nos habita.
Dios llora viendo este caos, pero no se queda en el llanto. Él ha vencido la muerte, la enfermedad y hoy como el primer día de la creación toma en sus manos la arcilla, que es esta humanidad y crea nuevamente el hombre a su imagen y semejanza. Un hombre y una mujer con capacidad de amar, de creer en la fuerza de la vida. Crea una humanidad que vive la fraternidad y que levanta los ojos a su creador con confianza y ternura.
Ojalá nos dejemos en sus manos y nos pueda modelar hasta formar en nosotros los profetas y los santos que Él ha soñado desde el inicio.
Rosaura Rios