Este tiempo tengo la oportunidad de ir a la catedral de Madrid para interpretar las eucaristías en lenguaje de signos para que las personas sordas tengan la posibilidad de asistir a misa desde de sus casas.
Acostumbrada al bullicio de Madrid centro, lleno de gente, turistas de todas las razas y a escuchar lenguas distintas mientras voy de camino, ahora lo que hay es un silencio impresionante. Nadie por las calles, el metro prácticamente vacío. Uno de estos días yendo a la misa apenas escuchaba los pájaros y al llegar a la catedral vacía, me coloqué en mi lugar de intérprete y esta soledad sacudía mi corazón. Más aún cuando interpretaba las palabras del cardenal que eran un grito desde lo más profundo suplicando a Dios: “Socórrenos, Señor, en estas horas a tus hijos. Hay un inmenso dolor. Auxílianos Señor. Ten piedad de nosotros, somos tus hijos.” Se me clavaba en el corazón, eran palabras desesperantes y de profunda súplica. Al regresar a casa no podía olvidarlas y necesitaba hacer un profundo silencio en el corazón. Me venían a la mente personas que sufren del coronavirus, la cantidad de mensajes de WhatsApp que recibimos cada día pidiendo oraciones, las pérdidas de personas cercanas.
Le decía al buen Dios: Señor, no estoy en el campo de batalla de los hospitales cuidando de los enfermos, pero conozco a muchos sacerdotes que no bajan la guardia dando una palabra de aliento y de esperanza a sus familiares en los hospitales. También hay otra iglesia que en estos momentos están en la retaguardia, la de quienes oran, te suplican y dan esperanza en esta pandemia.
Estoy segura de que vamos a salir más fuertes y más solidarios unos con otros. La pandemia va sacar lo mejor de nosotros mismos. Todos los días recibo mensajes, en los que me preguntan cómo estoy. Muchos saben que salgo de casa para que otros tengan la Palabra de Dios. Ya no es un qué tal estás, hay algo más profundo detrás de ese mensaje que me llega. Es un profundo interés por mi vida. Y creo que a todos nos pasa lo mismo. Cada vez más nuestras vidas consagradas a Dios importan mucho a esta sociedad secularizada.