¿Cómo a alguien se le ocurre hacerse hermana misionera? En los últimas meses me lo han preguntado. A veces con asombro y otras con escepticismo. Espontáneamente he respondido: «¡Porque Dios me hace feliz! Y porque Él me llena». Por eso elegí el versículo del profeta Habacuc como lema de mis promesas: «El Señor mismo es la causa de mi alegría». (Habacuc 3,18)
Quiero ser hermana misionera porque he descubierto que Dios quiere ser un Tú para mí y quiere relacionarse conmigo. Si tuviera que resumir la historia de mi vocación en una frase, diría: «Dios me ha atraído hacia sí». Jesús le dijo a Pedro en el lago: «Estoy aquí. Confía». Pedro sin pensárselo dos veces le contestó: «Si eres tú, déjame ir a ti sobre el agua». Y Jesús le dijo amorosamente: «Ven». (cf. Mt 14,27-29)
Yo también me he aventurado a lanzarme al agua y para esto he dejado de lado muchas cosas. Con Dios he experimentado que soy querida, amada y necesitada. Y aunque me hunda y trague mucha agua por los retos que la vida trae, una y otra vez he experimentado la firme mano de Jesús que me sujeta y me saca del agua.
Lo hace a través de las personas. En primer lugar, a través de mi familia, que me ha dado su apoyo y la libertad de seguir mi propio camino, aunque sea muy diferente del que deseaban. A través de mi comunidad, que me quiere con mis debilidades, que me sostiene en los momentos difíciles y al mismo tiempo, me desafía para que pueda descubrir todo lo que hay dentro de mí. Y Dios actúa y me levanta a través de muchas personas que pone a mi lado. Especialmente los jóvenes. Me identifico con su búsqueda de autenticidad, justicia y fe y me fortalece luchar por encontrar respuestas junto a ellos.
El deseo más profundo de mi corazón es transmitir esta experiencia de Dios. En mi confirmación, el obispo me dijo que señalara a Jesucristo como Juan el Bautista. Hoy puedo decir que esto es exactamente lo que hago y quiero hacer con mi vida. Quiero que muchas personas conozcan a Dios y experimenten esta profunda alegría que nadie les puede quitar, independientemente de la situación en la que vivan. Ya sea en Togo, en un barrio humilde en Argentina o en Alemania, donde parece que no nos falta de nada.
Donde cada uno de nosotros está y con lo que somos, podemos señalar a Cristo con nuestra vida. !Os invito a que lo viváis!
Jeannette Wegerich