Dios anhela nuestra alegría

Este año me ha ayudado mucho reconocer la lógica intrínseca de los cuatro domingos de Adviento. Empezábamos suplicándole a Dios que bajase del cielo, seguros de que Él responde al clamor del corazón. El pueblo judío tenía la experiencia de un Dios que desde siempre sale al encuentro del hombre. ¡Nuestro Dios es un Dios en salida! Desde el principio, Dios aparece como el que sale al encuentro  de Adán en el Edén. Lo busca: “¿Dónde estás?”. Luego sale al encuentro de Caín, que está invadido de rabia meditando planes funestos. Sale al encuentro de Abraham para proponerle una historia de amistad y fecundidad. Sale al encuentro de su pueblo esclavo en Egipto para salvarlo. También el Amado del cantar de los cantares sale al encuentro de su amada dormida… Y llama a su puerta. ¿Le abrirá?

Por eso, el Evangelio del primer domingo nos invitaba a estar despiertos. Aprender a reconocerlo como el Dios que sale continuamente a nuestro encuentro, para poder recibirlo.

El segundo domingo nos recordaba que por mucho que Dios salga a nuestro encuentro, si no ponemos de nuestra parte, va a ser en vano.  Por eso, Juan proclamaba un bautismo de conversión invitando a preparar los caminos del señor. Convirtámonos para que se dé el encuentro con Él.

Ahora bien, cuando se da este encuentro, el fruto inmediato es la alegría. Por eso este tercer domingo de adviento es el domingo de la alegría. Tiene un color litúrgico especial: rosado. Sólo para este día. Para enfatizar ¡lo  importante  que es la alegría! Es el primer fruto del Espíritu, después del amor. Es la experiencia de que Dios se acerca a nuestra pobreza, la abraza e inunda nuestro ser de su ternura, que busca nuestra reciprocidad. Es el gozo eterno para el que hemos sido creados. Es la consecuencia de vivir en amistad con Dios. De unir en nosotros lo humano y lo divino.

Me encanta la conciencia de Pablo de que la alegría es la voluntad de Dios sobre nosotros.  Cuántas veces nos planteamos cuál es la voluntad de Dios, qué tenemos que hacer… Lo primero que anhela Dios para nosotros es la alegría que brota de la unión con él y que nos lleva amar como Él.

En este momento, en el que vemos tantos rostros tristes, desanimados y preocupados por la situación actual… las palabras de la carta de Pablo  siguen repitiendo: “Estén alegres en el Señor”. Eso significa que la alegría también es una opción, una decisión del corazón. Es fijarnos en el Señor más que en nosotros, en su promesa más que en la realidad que ven nuestros ojos. Es una llamada a aprender a poner los ojos en lo que no se ve, en su presencia misteriosa en nuestras vidas. A encontrarla  en los gestos de ternura, de bondad y  generosidad que nos rodean… En todo el bien que todavía podemos hacer…

Entonces Dios podrá realizar su promesa, como lo hizo a través de María, que es lo que nos anuncia el cuarto domingo de adviento

Ojalá recorramos estos cuatro pasos que Adviento nos sugiere: Dejarnos alcanzar por Dios que nos busca,  poniendo lo que tenemos que poner de nuestra parte. Siempre será mucho menos de lo que vamos a recibir. Vivir la alegría del encuentro y como María, con nuestro sí y todo nuestro ser, colaborar en la realización de su promesa: la venida misteriosa del reino entre nosotros.

Anne Marie Brerriaud

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