El tiempo de Cuaresma se celebra aquí con muchos rezos. Cada día hay una oración larga en la iglesia. Siempre hay gente. Se van repitiendo los mismos Salmos. Los cantos se me van haciendo música en el corazón: ¨Señor de los ejércitos, estate con nosotros. No tenemos más ayuda que a ti.¨ Qué real son estas palabras. Nadie de nosotros sabe lo que va a ser mañana. Al final no somos nosotros que lo podemos asegurar. Sin embargo, está la seguridad que expresa también esta oración: ¨Dios está con nosotros. Que lo sepan los pueblos y huyan, porque Dios está con nosotros.¨
Cuando la situación provoca un mar de impresiones dentro de nosotros, cuando nos sentimos entre la seguridad de la fe y la incertidumbre humana y la mente no puede deshacer esta tensión, ayudan las palabras de oración que otros han formulado como los Salmistas y los Padres de la Iglesia. Su oración se hace la mía y la experiencia de su confianza se hace la mía. Qué regalo es la Iglesia, el tesoro de su fe. No tengo que penetrar yo todo hasta el final. Me llega la sabiduría y la experiencia de fe de tantos que pasaron por situaciones mucho más duras y complicadas, y por esto uno capta que sus palabras son palabras acrisoladas en el fuego de la prueba y por eso saben a verdad.
Las celebraciones todas necesitan permiso de los responsables militares locales. Pero en nuestro pueblo dan permiso hasta para celebraciones grandes como la procesión del Domingo de Ramos donde la plaza de la Iglesia se llena de familias con sus niños vestidos de blanco llevando velas con flores de colores. El militar está al fondo para proteger y poder reaccionar en caso de necesidad. Pero el día pasa sin problemas. Y el pueblo celebra con barbacoa y comida abundante en las casas.
Todo este tiempo me asombro frente a la determinación de Jesús de ir a Jerusalén. El ¨Jerusalén¨ de hoy son todos estos lugares donde la muerte se avecina. Son los lugares donde la fe y la vida están amenazadas. Especialmente aquí, en esta tierra, Jesús sigue viniendo, optando por hacer presente el amor – a pesar de todo, y sobre todo, ahí donde parece que ya no hay posibilidad de perdón, donde sufren tantos y tantos, olvidados y solos.
Me atrae el total despojo de Jesús. Donde la entrega ya no tiene acción, porque ya no queda fuerza, entonces el Padre se lo pide y la entrega se vuelve pasividad y abandono a la situación – y por medio de la situación a la mano salvadora del Padre.
Ser tuya, Señor – toda, entera, sin reservas para ser semilla de paz y de perdón….No en contra de la situación sino desde su corazón hacer crecer lo tuyo. Porque solo la vida que crece y tiene la fuerza de la primavera va a poder vencer. Todo lo que viene de fuera es pasajero. Igual puede tapar un tiempo la violencia – como igual lo hace una victoria en la guerra. Pero la raíz del mal se quedará y hasta se fortalece.
El Miércoles de la Semana Santa tenemos una pequeña celebración en el club de los ancianos. Cuando llego, me encuentro con un ambiente un poco nervioso. Las trabajadoras sociales apuradas y me dicen que alargue un poco la parte espiritual que he preparado. Luego me explican qué pasa. Habían pedido a un señor hacer un programa. Pero él llamó media hora antes diciendo que no iba a venir.
El ya estaba en camino cuando hubo un ataque masivo a un pueblo en la Galilea oeste. Su sobrino que estaba en su empresa en este pueblo, murió por uno de los misiles. Un chico de 25 años. Se publica la foto del joven. Para mí, su imagen se hace rostro de la guerra, de lo inhumano que de repente entra en mi corazón. Y en esta situación – ¿hacer fiesta? Pues sí. No la fiesta en voz alta sino la fiesta de la fe. Les hablo del grano de trigo que tiene que caer en tierra para dar fruto. Si queremos mucho amor, hay que sembrarlo. Y si queremos relaciones de paz se necesita la siembra de vidas en lo oculto.
El Jueves Santo también hay muchos aviones que se escuchan todo el día. Me hace comprender que la última cena no era una cena familiar con ambiente alegre de fiesta. Era una celebración en un ambiente de máxima tensión. Pero Jesús dice: ´Cuánto he deseado comer esta Pascua con vosotros¨. La respuesta al aumento de violencia es el memorial de la obra de Dios y la renovación de su alianza con esta tierra.
En la celebración del entierro de Jesús suenan los teléfonos de la gente. Hay alarma en varios pueblos cercanos. En el nuestro no. Pero en otro pueblos cristianos un poco más al norte suenan las sirenas justo en el momento de esta celebración. Después escuchamos que allá se siguió la celebración, pero mucha gente se volvió a casa. Los que tienen niños o ancianos en casa prefieren estar con ellos. Pero en la Iglesia se sigue, porque en todo caso no llegan al refugio, y así, lo mejor que pueden hacer es seguir rezando, porque volverse a casa es igual de peligroso o hasta más. Se puede hacerlo así, porque, hasta ahora, nunca hubo más que una o dos veces alarma en los pueblos árabes y aún no ha pasado nada dentro de ellos.
El peligro más grande es cuando se interceptan misiles, que apuntan a lugares militares, en el aire. Entonces, los trozos del misil se esparcen en todas las direcciones. Esto, hace algunos domingos, pasó en Jish. Alrededor de la iglesia cayeron trozos. Justo estaba el obispo llegando a la iglesia para presidir la misa cuando tocó la alarma. Y un trozo cayó en la plaza de la iglesia delante de él. Gracias a Dios se quedó en el susto. Yo tenía que ir a esta misa, pero como tocaron los alarmas en varios pueblos a lo largo de la frontera, decidí esperar y solo ir al final de la misa, porque el camino de nuestro pueblo hasta acá pasa en paralelo a la frontera.
Después de la misa visité a una familia. Los jóvenes daban vueltas por el pueblo y recogían los trozos que encontraban en las calles. Lo vivían como una aventura, algo que pueden contar a sus amigos….Y es una suerte que lo vivan así. Porque el miedo y quedarse encerrados les haría más daño. Nos contaron de otro pueblo donde no dejan a los niños salir a jugar fuera. Las profesoras dicen que los alumnos están enloquecidos. Cada vez reaccionan más violentos. Y esto va a causar más problemas que dejarles algo más de libertad, aunque uno no puede asegurar todo. Pero la vida necesita cauces. Quien quiere ganar su vida, la perderá. Y quien opta por entregarla, a pesar de que no esté todo asegurado, la ganará. Claro que todo tiene que ser con responsabilidad.
Después de la misa de Pascua me fui a visitar una familia que hacían comida para todo el clan. Estábamos sentados fuera, los jóvenes bailando, haciendo barbacoa, cuando de repente suena la alarma. Había un avión que pasaba por la región. Metieron a todos en diferentes refugios que tiene la casa. Estábamos unas veinte personas en la habitación donde estaba yo. Un hombre comenzó a cantar el himno de la Pascua: ¨El Señor resucitó de entre los muertos y pisó la muerte con la muerte dando la vida a los que estaban en los sepulcros.¨ Estalló el grito de la resurrección con toda su fuerza. ¡Sí, creemos, que la última palabra la tiene el Resucitado! Queremos seguir viviendo y queremos seguir pensando en los demás, compartiendo.
Esto es quizás lo más bonito de esta Pascua. El Lunes de Pascua queríamos salir un poco del pueblo, ver otra gente, la naturaleza, algo diferente. Salimos por la tarde al lago de Tiberiades, donde Jesús se encontró con Pedro después de la resurrección. Cuando entramos al lugar, lo primero que vimos, eran nuestros vecinos, luego todo un grupo de familias del pueblo. Era como si la resurrección nos uniera y nos dijera que todos ellos son nuestra familia. Después nos quedamos charlando con el fraile franciscano que cuida el lugar. Nos invitó a venir con nuestros jóvenes a pasar un día allí. Tienen lugar para campamento con cocina y todo.
Era la primera vez que hablamos con él, pero era un encuentro muy fraterno. Después decidimos saludar a los monjes benedictinos alemanes que tienen al lado la iglesia de la Multiplicación de los Panes y Peces. Tomamos un café con el prior. Luego él nos invitó a la misa al lado del lago. Con los discípulos de Emaús nos sentíamos en el camino. Al atardecer nos decían, no os vayáis, quedaos con nosotros a cenar. Lo aceptamos y pasamos unas horas muy bonitas con los monjes y unas hermanas benedictinas filipinas. El Señor nos había preparado este día de fraternidad que nos afirma que la unidad que él regala, es la realidad última que permanece.
¡El Señor ha resucitado de veras, y le hemos visto junto al lago!
Feliz Pascua a todos – y la esperanza más verdadera que vence toda oscuridad.
¡Al Masseeh qaam, haqqan qaam!
Mónika Kramer SEMD Israel
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