Vivir en conversión es abrazar nuestras circunstancias como lugar de identificación con Cristo que se entrega por amor a la humanidad. Este año el Papa en su mensaje de Cuaresma habla entre otras cosas, del ayuno como expresión de nuestra conversión.
El ayuno nos invita a configurarnos con Cristo en su pobreza. Es pasar hambre de aquello que Dios nos quiere dar con generosidad.
- Jesús que anunciaba el Reino a través de parábolas de banquetes y que lo adelantó en tantas comidas: las bodas de Caná, la cena con el fariseo, en casa de Leví o en el banquete que le prepararon para celebrar la resurrección de Lázaro, pasó hambre en el desierto.
- Jesús que proclama que el obrero tiene derecho a su salario, también vive que el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza.
- Jesús que expresaba con alegría que Dios se revela a los sencillos, que decía que su alimento es hacer la voluntad del Padre, que se conmovía ante la fe sincera de la gente, pasará hambre de estos regalos de Dios. Su oración será tentada en el desierto, acogerá con obediencia dolorosa su muerte y sentirá camino a Jerusalén que sus amigos no están en sintonía con Él y que muchos de los que le seguían dejan de hacerlo.
Sí, pasamos necesidad y, a la vez, creemos que Dios es profundamente donación de sí mismo, es detallista, sabe lo que necesitamos. Estas dos realidades cohabitan en nuestro camino de fe. A veces, la necesidad y la carencia aparecen sin previo aviso. Otras, optamos pequeñas o grandes renuncias para acordarnos de que somos creaturas y que todo lo que tenemos lo recibimos de Dios. Optamos así para hacernos libres de nosotros y despiertos a lo que Dios necesita en nuestros hermanos.
Nos configuramos con Jesús cuando, como Él, no tener todo lo que quisiéramos, nos dilata el corazón. La profundidad con la que Jesús fue descubriendo el sentido de su misión se fue forjando en esos momentos. El Papa decía el miércoles de ceniza: “Hoy bajamos la cabeza para recibir las cenizas. Cuando acabe la cuaresma nos inclinaremos aún más para lavar los pies de los hermanos”. Jesús lleno del Espíritu Santo tras su bautismo baja la cabeza y se reconoce pobre en el desierto: pobre de pan, pobre porque le toca luchar contra la voz del tentador. El jueves Santo su corazón se habrá ensanchado tanto que acaba a los pies de los discípulos dispuesto a dar la vida por ellos aun cuando no parecieran comprender lo que iba a acontecer y entregándose sin límites al Padre por todos para siempre.
Ayunamos para ensanchar el corazón a la abundancia de Dios, para no encasillarnos en lo que sabemos y podemos, para desapropiarnos de lo que hacemos y tenemos si eso hace prevalecer nuestros gustos o nuestra voz por encima del amor y de lo que Dios quisiera. Ayunamos para no vivir asegurando ni lo más básico del día a día ni el apostolado o nuestras relaciones a lo que sabemos o hemos vivido hasta ahora. Y lo hacemos porque queremos vivir seguros de Dios y de que de Él va a provenir nuestra capacidad de vivir a los pies de los hermanos amándolos con su amor.
Dice Jesús que sus discípulos no ayunan porque el novio está con ellos. Pero cuando el novio sea arrebatado ayunarán. Creemos en el Reino, en que Jesús ha desposado a toda la humanidad con Él con el sello de la cruz. Creemos que nada no nadie nos puede arrebatar el amor de Dios manifestado en Cristo.
Esta certeza cohabita con nuestra pobreza para hacer más asequible el evangelio al hombre de hoy, con nuestros límites personales, con un momento histórico que clama un cambio profundo. Jesús dice con confianza: “Mis discípulos ayunarán. No se buscarán la vida, no mirara despistados hacia otro lado para no ver el dolor. No temerán la sensación de pobreza, de abismo entre lo que hace falta y sus propias vidas. No buscarán otras compensaciones, otras distracciones, otras soluciones. Elegirán mi voz para que les guíe aunque sientan el hambre propia de no ver soluciones inmediatas, de no parecer muy significativos para nuestro mundo. Mis discípulos ayunarán y saldrán ricos y generosos, serán saciados con creces. Lo que ofrezcan rebosará”.
M. Carmen Izquierdo
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