Amar “con tacto”

  Cuando escuchamos que una persona es sordociega o nos encontramos

27 junio, 2020
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  • ESPAÑA

 

Cuando escuchamos que una persona es sordociega o nos encontramos con ella personalmente, nos puede surgir sentimientos tales como la perplejidad, el desconcierto,… que nos plantean muchos interrogantes: ¿Cómo se comunica?, ¿cómo es su movilidad?, ¿puede hacer una vida normal cuando le faltan dos sentidos tan importantes como la visión y la audición?

Creo que estas personas descolocan nuestra manera de estar en la vida. Fue lo que me ocurrió. Yo tengo los cinco sentidos y estos hermanos me han hecho descubrir lo afortunada que soy por el privilegio de tenerlos. También a través de ellos he escuchado el “¡Tengo sed!” de Jesús que me necesita. Dios en ellos está más necesitado y pobre que yo. Se ha hecho indigente al pedirme la vida para llegar a estos hermanos.

Las personas sordociegas marcan mi consagración. He de ir a su ritmo y no al mío, he de adaptar mi forma de ser y de estar. Se trata de entrar en otro mundo, que cada día me es desconocido por mucho tiempo que lleve con ellos. Es un largo aprendizaje ubicarse en ellos, en lo que significa enfrentar innumerables barreras día a día. Viven superándose continuamente porque no hay muchas cosas adaptadas para ellos.

¿Qué tengo que decir de las personas sordociegas?

Son personas muy amadas por Dios y no es su discapacidad lo que las define como personas, sino el hecho de ser hijos de Dios. Son personas necesitadas de ser amadas y amar,  sensibles al amor y al desamor. Estos hermanos nos hacen descubrir otros sentidos a los que no damos tanta importancia. Me han enseñado lo necesario que es el tacto.

Jesús apreció este sentido en sus relaciones al pasar por el mundo haciendo el bien, curando y sanando. Sin el tacto Jesús no hubiera curado al sordomudo, al ciego de nacimiento y a otros tantos enfermos. Jesús ha elegido el tacto para hacer tangible sus curaciones. Ha amado sin miedo a contagiarse, dejándose afectar por lo que vive cada persona. El toque de Jesús en las personas necesitadas de curación les devolvía el sentido de la vida. Con el tacto Jesús daba un nuevo significado a las palabras de amor y de concordia e inauguraba una nueva manera de mirar el mundo y a cada hermano.  Jesús curó las cegueras que llevamos dentro de desconocimiento, de heridas sufridas, de “mochilas” que cargamos a las espaldas y que nos van haciendo incapaces de ver más allá de nosotros mismos. Cuando Jesús cura nos abre a la realidad de que todos somos hermanos y nos necesitamos.

Odete Almeida

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