¿Quién de nosotros no tiene grabado como si fuera ayer, ese momento tan emocionante en el que el Papa, sólo, en la plaza de San Pedro, lloviendo a cántaros, acompañó un momento de oración al que nos unimos miles y miles de personas en todo el mundo, desde nuestras pantallas?
Comenzaba la pandemia, como los discípulos en medio de la tormenta, nos encontrábamos perdidos, angustiados. Los discípulos, viendo que Jesús dormía le despertaron diciéndole: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?” (Mateo 4, 38) Pensaban, nos decía el Papa, que Jesús se desinteresaba de ellos, no les prestaba atención…Sin embargo, a él le importamos más que a nadie.
Han pasado más de ocho meses desde aquel momento. Y nos seguimos encontrando en una situación muy difícil. Nos acercamos a la Navidad y en algunos países ni siquiera sabemos si esta vez la podremos celebrar en familia…
La enfermedad, el aislamiento, la muerte, la vulnerabilidad económica, el miedo, el distanciamiento…forman ya parte de nuestro escenario cotidiano. En las noticias ya no se oye hablar de otra cosa. Y aunque parece que ya nos vamos adaptando un poco a esta “nueva normalidad”, la verdad es que en lo profundo del corazón hay un fondo de cansancio y de lucha por seguir manteniendo encendida la esperanza.
Quizás no nos hemos atrevido nunca a decirle a Dios estas palabras, o quizás sí. Pero este tiempo de adviento que ahora comenzamos es precisamente el tiempo de dejar hablar al corazón. “¿Señor, no te importa que perezcamos?, ¿no te habrás olvidado de nosotros? Señor, sabemos que tú eres un Dios cercano a nuestros dolores, pero ¿dónde estás ahora? ¡Ven Señor, ven a nosotros, ven a salvarnos!”. El pueblo de Israel hablaba a Dios así:” ¡Ojalá se rasgaran los cielos y bajaras!”
Porque sólo cuando el corazón se pone en búsqueda, en camino y se atreve a hacerse preguntas, se atreve a gritar a Dios, entonces se da cuenta de que no está sólo.
Esto es precisamente el Adviento, un camino en el que llamamos a Dios, le suplicamos que se haga presente, buscamos “despertarle”: “¿No te importa que perezcamos?”
En camino, cuando nos sentimos solos en la noche de esta historia, con el corazón en vela, buscando su presencia…de repente, nos damos cuenta de que, una mano agarra la nuestra con calor y firmeza. “Estoy aquí…soy yo. Sí, he rasgado los cielos y he bajado, para no dejaros ya nunca solos” ¡Es Él es el Dios hecho hombre!
El camino hacia la Navidad que haremos una vez más en estas cuatro semanas, es muy importante, porque significa caminar para descubrir personalmente, en lo profundo del corazón que sí, que a Dios le importamos. Le importamos tanto que ha rasgado los cielos y ha bajado. Ha compartido con nosotros una historia cargada de alegrías y dolores; de esperanzas y de dudas, angustias y tristezas. Y la ha compartido precisamente para que NUNCA nos sintamos solos.
Hoy te invito a mirar este último tiempo y a ver un momento en el que hayas llorado, con lágrimas o sin ellas. Tráelo a tu mente y a tú corazón. Un momento de sentir tristeza, vulnerabilidad, miedo, por ti o por un ser al que quieres. Descubre que en ese momento estaba Él, agarrando tu mano, susurrándote al oído: “me importas…me importas…estoy aquí y nunca te dejaré” No dejes que pase este adviento sin descubrir el latido de Dios vivo en tu vida. No dejes que pase sin abrir tu corazón para descubrirle vivo y presente en la realidad de hoy, trayéndonos esperanza y consuelo.
Verónica Alonso